Hace 20 años Bogotá apostó sus carrobombas, sus protestas y sus narcotraficantes por una de sus primeras experiencias de paz: Rock al Parque, el festival gratuito más grande de Latinoamérica que emergió, como en una revolución, para transformar no sólo la historia de una generación de jóvenes corazones si no, la de toda una ciudad.
“El mejor Rock al Parque de su historia” (Gustavo Petro, Alcalde de Bogotá)
El vigésimo aniversario de este festival cargó la nostalgia de aquellos años —allá por 1995 cuando insurgentes bandas como Aterciopelados, 1280 Almas y La Derecha marcaban la génesis de la primera edición— y, durante estos tres días de agosto, de lluvia y de cometas, miles de fanáticos remecieron el parque más emblemático de la ciudad: el Simón Bolívar. Sumaron, así, 400 mil las voces que renacieron ante el estridente sonido del cartel de músicos que hizo arder los recuerdos de esta experiencia musical.
Pero, aunque histórica, esta cifra no sólo es eso. Más que un número, la congestión de asistentes —entre colombianos y extranjeros— y su eterno clamor por las horas de espera dan cuenta de lo que Rock al Parque significa para esta ciudad: el manifiesto colombiano ante la violencia que aún no cede a abandonar sus calles, “un gran gesto de paz que se ha mantenido por 20 años y que enseña que es posible convivir desde la diferencia”, asegura Santiago Trujillo, director del Instituto Distrital de las Artes (IDARTES), entidad a cargo de la producción del evento y que trabaja por una Bogotá más humana.
"Estamos muy orgullosos de este festival, hemos crecido con él y somos mejores personas gracias a él" (Héctor Buitrago, Aterciopelados)
Sin embargo, hablar bien de este evento capitalino es relativamente fácil como lo es, también, para sus detractores cuestionarlo. Y es que, con cerca del 80% financiado por la alcaldía y el resto por auspicios, Rock al Parque es una política pública que brinda la oportunidad de gozar de una experiencia cultural gratuita a costas del prepuesto de Bogotá, una ciudad que aún se ahoga en sus propios indigentes y en la basura de sus avenidas.
Cómo este festival ha perdurado a largo de estos 20 años ininterrumpidos puede sonar paradójico pero, no lo es. Tal como expresa Trujillo, Rock al Parque ha sobrevivido pues es, ante todo, “una experiencia cultural que nació cuando toda una generación rockera no tenía una voz en la ciudad”. Una voz que comprende a la mayoría bogotana y que proyecta en ella su escape ante los constantes conflictos sociales.
Es así que, con el cielo plagado de nubes que pretendían inundar de aguaceros los tres escenarios del parque, se llevó a cabo la celebración por estas dos décadas de rock y paz. Bajo el ‘pogotano’ —una violencia armónica de los rockeros ante las desencadenadas melodías de artistas como Juan Pablo Vega, Esteman, Valendia y La Tigra, ChocQuib Town, Doctor Krápula, La Gusana Ciega, Gepe, No te va gustar, Exodus, Anthrax y el ansiado regreso de Aterciopelados— se vivió la promesa de una fiesta inacabable. Una fiesta que hizo latir, un año más, las venas de Bogotá.
(*) Redacción desde Bogotá, Colombia. Fotografías: Paolo Ramírez y Sally Jabiel.